El principio de la resistencia rusa

La Batalla de Stalingrado



Orden al VI Ejército de abandonar Stalingrado propiamente dicho y de enterrarse en lo que en adelante se llamará la fortaleza de Stalingrado. Ordeno que se luche hasta el último hombre y el último cartucho. No debe pensarse en ninguna capitulación. Quien capitule o abandone sin órdenes la fortaleza será considerado como un traidor. Cuento con que el VI Ejército y sus jefes combatirán como héroes wagnerianos."

Adolf Hitler.



La ofensiva alemana de 1.942

En agosto de 1.942, en una ofensiva de avance rápido, como la Blitzkrieg, con la que Alemania había comenzado la guerra en el Oeste, las divisiones acorazadas del VI Ejército, comandado por von Paulus, habían llegado a Stalingrado, que se extendía a lo largo de 38 kilómetros a orillas del río Volga.

Militarmente no parecía difícil ocupar esa ciudad industrial, de importancia estratégica para el transporte fluvial por el Volga y el Don, gran nudo ferroviario y último obstáculo en el camino hacia las riquezas petrolíferas, carboníferas y de manganeso del Cáucaso. Pero al primer intento de asalto, la escasa guarnición y la población dejaron claro que iban a oponer una resistencia heroica.


Antes del inicio del avance alemán, a los 500.000 habitantes de Stalingrado se habían unido 400.000 refugiados de otros lugares de Rusia. Pero cuando Paulus comenzó el asalto, todo ruso no útil para la resistencia había sido evacuado ya. Durante el asedio, los rusos cruzaban el Volga todas las noches para dejar heridos en la otra orilla no ocupada por los alemanes y recoger víveres y munición. Por el río llegaban además tropas de refuerzo. Hitler se puso nervioso y advirtió a sus generales que si no aniquilaban al enemigo a orillas del Volga para seguir avanzando hasta apoderarse del petróleo de los yacimientos de Grosny tendría que liquidar la guerra. La resistencia de Stalingrado impedía además seguir hacia la cuenca del Don, a la que Goebbels se había referido como la "bolsa de pan de Europa".

El mundo estuvo pendiente de la batalla de Stalingrado desde Agosto de 1.942 hasta Febrero de 1.943. La orden de Stalin era "ni un paso atrás". Los comisarios políticos, al frente de los cuales estaba Nikita Kruchov, se encargaban de que se cumpliera el mandato de Stalin matando a balazos a quien abandonaba una posición. En el bando alemán, donde se luchaba bajo el lema "venceremos por que tenemos que vencer", se fusilaba a quienes intentaban desertar.

El terror a los comisarios políticos y el fanatismo patriótico dominaron ambas partes. Se luchaba en las ruinas de las casas o piso a piso donde aun quedaban edificios en pie. Cuando se acababa la munición, a bayoneta calada, cuerpo a cuerpo. Peor equipados y entrenados, los soviéticos pagaron un altísimo tributo de sangre sobre el que los historiadores no se han puesto de acuerdo. Debieron morir más de 300.000 hombres y mujeres, la mayor parte milicianos improvisados entre obreros, campesinos y miembros del Komosol, las juventudes comunistas.

Los milicianos combatieron con tanto heroísmo como los soldados a las órdenes del general Zukov, que tenia su puesto de mando en los sótanos de un edificio en ruinas a orillas del Volga. Fueron meses de infierno. De un asedio que comenzó el 12 de Agosto; ya no quedaban en poder soviético más que un par de manzanas de edificios en ruinas cuando el 19 de Noviembre de 1.942 empezó la contraofensiva del Ejército Rojo.





La capitulación del VI Ejército alemán

El día 23, en medio de una copiosa nevada, dos columnas de tanques soviéticos procedentes de direcciones distintas se unieron en el puente sobre el Don en Galaj, el mismo lugar donde tres meses antes, en los calores del estío, habían llegado victoriosos los Panzer que formaban la punta de lanza del avance del VI Ejército.

El 31 de Enero de 1.943 en el sur, y el 3 de febrero del mismo año en el norte capitularon los últimos focos de resistencia en la bolsa de Stalingrado. Allí, Gregori Zukov, el mismo general ruso que luego entraría victorioso en Berlín en mayo de 1.945, acabó con el legendario VI Ejército Alemán, al mando de von Paulus.

De los 284.000 hombres que habían quedado cercados por el Ejército Rojo el 22 de noviembre de 1.942, murieron 146.000 en poco más de dos meses, la aviación evacuó 34.000 heridos y el resto -más de 100.000- cayeron prisioneros, de los que sólo 6.000 volvieron a Alemania.

De ese VI Ejército, orgullo del militarismo alemán, había dicho Hitler en Agosto, cuando sus carros de combate rodaban por la polvorienta estepa hacia Stalingrado, que era una fuerza invencible con la que el Tercer Reich podía conquistar el cielo.

El último radiomensaje recibido del VI Ejército fue el parte del tiempo del 2 de Febrero de 1943:

"Temperatura 31 grados bajo cero STOP Stalingrado cubierta por la niebla STOP la estación meteorológica se despide STOP Saludos a la patria STOP".

La propaganda nazi orquestada por Goebels ocultaba todavía la amarga realidad, pero como preludio de la tragedia, buscando símiles heroicos en las viejas sagas nórdicas a las que Richard Wagner, había puesto música, el diario oficial, Völkischer Beobachter, anunciaba que los soldados alemanes estaban luchando en Stalingrado como los nibelungos contra los hunos.

El final fue patético. No morían como héroes de la "superior raza germánica", sino desesperados y hambrientos o acribillados por las balas, aplastados por los tanques o despedazados por la artillería o los cohetes Katiuska, conocidos como "Órganos de Stalin". Desde que empezó la última ofensiva rusa, el 10 de enero, ya no se luchaba, solo se moría. El 24 de enero, Paulus describe la situación en un mensaje enviado por radio a Berlín:

"Es terrible. Tenemos por lo menos 20.000 heridos a los que no hay posibilidad de atender y otros tantos soldados padecen congelamiento en distintas partes del cuerpo. Las escenas de la catástrofe son indescriptibles".

Otro testimonio habla del olor pestilente a sangre, pus y excrementos en los sótanos de los edificios en ruina donde se habían trasladado heridos sin poder atenderles por falta de medicamentos. Permanecían casi todo el tiempo en la oscuridad, pues los sanitarios procuraban ahorrar las velas de sebo que aun les quedaban para iluminarse.

Ya no podía llegar ningún avión de abastecimiento a las tropas sitiadas porque se acababa de perder el último aeropuerto, la pista de Pitomnik. De allí había despegado el día anterior un Junker con 19 heridos y 7 sacas de correo. Éstas contenían cartas de los soldados a sus familias en Alemania, conscientes la inmensa mayoría de los que habían podido escribir y enviarlas, de que era su último adiós. Casi ninguna llegó entonces a su destino.

El Junker sobrevoló las líneas enemigas hasta aproximadamente 60 kilómetros al sur, donde habían quedado inmovilizadas las fuerzas alemanas procedentes de la región del Cáucaso, que mandaba el General Von Manstein. Cuando las cartas llegaron a Alemania, la mayoría fueron confiscadas por orden de Goebels.

Sus destinatarios no las recibieron hasta años después, ya concluida la guerra. Relataban su tragedia, en general sin reflejar derrotismo, pero dudando que la manera de morir a estas alturas de la batalla de Stalingrado fuera útil a la patria, o dejando claro que sabían que estaban abandonados a su destino, que el Führer les había dejado en la estacada.

La mayoría de los que sobrevivieron murieron después en el cautiverio. Decenas de miles de prisioneros de guerra (condenados como mínimo a 25 años de trabajos forzados) participaron en condiciones precarias de alimentación y sanidad en la reconstrucción de Stalingrado y muchos pasaron después por los campos de concentración de Siberia.





Análisis

Von Paulus y sus generales se habían dejado convencer por Hitler y el general Von Manstein, que comandaba las fuerzas alemanas en el sur de la Unión Soviética, hasta la región del Cáucaso, de que recibirían refuerzos y de que se iba a romper el cerco de Stalingrado. Se dejaron engañar por su fe en el Führer, aunque un análisis de la situación militar le hubiese bastado para comprender lo imposible de las promesas.

Al quedar las 20 divisiones alemanas del VI Ejército, dos divisiones de sus aliados rumanos y un regimiento croata, sitiadas el 22 de noviembre en una bolsa de unos 60 kilómetros de larga por unos 40 de ancha, el mariscal Goering, responsable de las Fuerzas Aéreas del Reich, se comprometió con Hitler a abastecer por aire a los 284.000 hombres.

Hubieran sido necesarios, como mínimo, 650 aviones de transporte Junker 52 La Luftwaffe sólo disponía en total de 750 y buena parte de ellos estaban en Italia. De los 300 en la región del Don, desde donde se organizó el puente aéreo con la bolsa de Stalingrado, sólo 100 se hallaban idóneamente equipados para esta misión. Era necesario transportar entre 500 y 750 toneladas diarias, bien aterrizando dentro del territorio cercado, bien haciendo lanzamientos desde el aire. Por término medio, en las primeras semanas no se pasaba de 100 toneladas.

En enero los suministros eran ya muy escasos y gran parte de los paquetes arrojados desde el aire quedaban inaccesibles en la nieve, ya que los soldados exhaustos y amenazados por el fuego enemigo, no podían recuperarlos o eran los rusos quienes los recogían. En aquel crudo invierno la Luftwaffe tenía que pasar a menudo días sin poder volar a causa del hielo, la nieve, las ventiscas y la niebla, mientras los soviéticos disponían cada vez de mas artillería antiaérea y de cazas.

Ya a primeros de Diciembre la tropa sitiada únicamente comía caliente cada dos días, el resto del rancho era a base de embutidos y pan, cuya ración se redujo a partir del 30 de Diciembre a una rebanada diaria. En algunas posiciones, pasaban hasta una semana sin recibir provisiones. El día de Nochebuena el rancho festivo consistió en carne de caballo y pan. Durante el cerco a Stalingrado el VI Ejército se comió los 10.000 caballos y mulos de carga de que disponía.





Conclusiones

En ningún otro lugar del mundo, en la historia de la guerra, hubiera podido ser tan cierto como en Stalingrado el dicho de que "
una retirada a tiempo es una victoria". Pero Stalingrado se había convertido en un símbolo, en una cuestión de moral para el Ejército Rojo y de prestigio para Tercer Reich.

La situación en aquel crudo invierno de la guerra en la U.R.S.S. se había tornado insoportable para las Fuerzas Armadas del Reich. Una vez cercado el VI Ejercito por un enemigo superior en número, que luchaba en su propio territorio y con capacidad de ir concentrando mayores contingentes de tropa y armamento, era insostenible mantener la ocupación en la cuenca del Volga y en la región del Cáucaso, donde los soldados alemanes luchaban ya en retirada sin haber conseguido llegar a las zonas petrolíferas.

Hitler, que en la Primera Guerra Mundial sólo había conseguido ser cabo, fue el estratega al que se sometieron los grandes militares de Alemania en la Segunda Guerra Mundial. Toda la campaña de Rusia está marcada por el fanatismo, inspirado en la creencia de la superioridad de la raza germana y en el Drangnach Osten, el expansionismo hacia el Este. Cuando Hitler ordenó en agosto de 1.942 la ofensiva hacia Stalingrado, ya había perdido en los fracasados intentos de ocupar Moscú y Leningrado 1.300.000 soldados, más de una tercera parte de las tropas asignadas a la Operación Barbarroja.

Cuando en mayo de 1.945 los soviéticos arriaron de la Puerta de Brandenburgo la bandera nazi e izaron la de la hoz y el martillo, la guerra en el frente del Este había costado la vida a seis millones de alemanes y a 20 millones de soviéticos.





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